Después de muchos años ejerciendo como docente, tengo claro que no quiero alumnos perfectos en mi aula, sino que quiero personas adultas que el día de mañana vivan con respeto, empatía y valor por sí mismas
Vivimos en un tiempo donde parece que todo se mide con notas, con sobresalientes, con medallas y menciones. Se premia la matrícula de honor y se celebra la excelencia académica como si fuera el único camino hacia el éxito. Pero desde mi lugar como maestro escuela, quiero alzar la voz para decirlo claro: no quiero alumnos perfectos.
Quiero alumnos educados, que comprendan que el respeto no se exige, se ofrece.
Que sepan saludar, escuchar, ceder, convivir.
Que entiendan que su compañero no es un rival, sino un compañero de viaje.
Que valoren las diferencias y crezcan en ellas.
Quiero ver más gestos amables que respuestas rápidas. Más manos que se levantan para ayudar que para señalar errores.
Quiero alumnos que se quieran a sí mismos, que aprendan desde pequeños que su valor no está en un número, en una rúbrica ni en una nota final. Que sepan que equivocarse no es fracasar, sino avanzar. Que sientan que el error es parte del aprendizaje, y que caerse no es lo contrario de progresar, sino la antesala de levantarse con más fuerza.
Quiero alumnos que sepan perder y ganar, que comprendan que en la vida no todo sale como uno espera, pero que eso no les define. Que puedan mirar atrás y decir: “Lo intenté con todas mis ganas.” Quiero que desarrollen la capacidad de persistir, de tener paciencia, de no rendirse cuando el problema no se resuelve en el primer intento.
Quiero formar personas, no solo cerebros.
Porque una persona educada, respetuosa, empática y con autoestima, construirá una sociedad más justa, más humana, más verdadera.
Y si además, saca buenas notas, estupendo. Pero si no lo hace, y en cambio es buena persona, entonces ya habrá alcanzado una forma mucho más profunda de éxito.
En mi aula no hay sitio para la perfección inalcanzable.
Hay sitio para el esfuerzo, para la bondad, para la alegría de aprender juntos.
Porque lo importante no es llegar el primero, sino no dejar a nadie atrás.
Así que no busco genios.
Busco niños que crezcan siendo personas completas, con aciertos, errores, valores y una sonrisa en el corazón. Porque de eso se trata la verdadera educación.
